El Ciervo el ciervo dorado
En India existen diferentes especies de ciervos, gacelas y antílopes que aparecen en las historias muchas veces de manera intercambiable.
Las cuatro especies de ciervos del subcontinente se diferencian entre sí por el largo de sus astas, así como por su hábitat, pero las cuatro se consideran animales auspiciosos asociados con la regeneración. Algunos habitan en matorrales del este, en los pantanos y llanuras de hierba del norte de la India y en los bosques templados y laderas alpinas del Himālaya.
Por su cornamenta, que se renueva periódicamente, se les compara con el árbol de la vida que simboliza la fecundidad, los ritmos de nacimiento y renacimiento.
También tiene asociaciones con la larga vida, por lo que se preparan medicinas con su cornamenta que se cree confieren salud, longevidad y vitalidad.
Si se representan en parejas simbolizan la procreación y la fidelidad.
Diferentes mitos narran la transformación de deidades creadoras en ciervos para tener relaciones sexuales con su pareja, que a su vez se transforma en una cierva. Tal es el caso, por ejemplo, de Prajāpati, el señor de los seres, que intenta montar a Uṣas, su propia hija; del sabio Kindama, que en el Mahābhārata es atravesado por una flecha lanzada por un rey mientras se unía con su esposa, ambos transformados temporalmente en ciervos. Una tradición de la región de Madra, un reino antiguo del noroeste de India, prescribía que el rey y su reina debían vestir la piel de un ciervo mientras mantenían relaciones sexuales, para así garantizar la fertilidad del año nuevo.
Se dice que los ciervos se acercan al escuchar una música en extremo exquisita o ante la presencia de maestros de apariencia apacible y pacífica; por esta razón se les representa en las series de miniaturas conocidas como Rāgamālās.
Ya que a menudo estos animales se relacionan con la sabiduría, su piel muchas veces sirve de asiento para los meditadores; se considera que aquella se impregna de la energía sattvika de los ciervos, y por lo tanto promueve la tranquilidad y la atención que requieren los ascetas. Además, los ciervos machos son animales solitarios durante gran parte del año y son resistentes a condiciones adversas, por lo que se considera que representan la práctica del ascetismo y la renuncia.
Śiva, el yogī supremo y dios de la destrucción (y por lo tanto también de la regeneración), lleva un ciervo o antílope en su mano izquierda. Un ciervo blanco o antílope también es el vehículo de Vāyu, el dios del viento y protector del Noroeste.
Los ciervos son animales hervíboros que tienen un lugar de honor en las historias y monasterios budistas. En el budismo, el ciervo simboliza el poder de la enseñanza y las cualidades del Dharma pues se le relaciona con el primer sermón del Buddha. Tradicionalmente se relata que, después de su despertar, el Buddha giró la rueda del Dharma al instruir a sus discípulos en el parque de los ciervos (mṛgadāva) en Sarnath, a las afueras de la ciudad de Vārāṇasī.
En un relato conocido como el Jātaka de Ruru, se cuenta la historia de Ruru, un ciervo sabio y dorado que podía entender el lenguaje de los humanos, pero que evitaba el contacto con ellos debido a que percibía su mentalidad malvada. Un día Ruru oyó un grito de auxilio de un hombre que era llevado por la corriente de un río. Por compasión, Ruru saltó en el agua y salvó al hombre a quien pidió que no revelara a nadie quien lo había salvado. Más tarde, la reina de esa región vio en un sueño a un ciervo áureo predicando el Dharma en el lenguaje humano. Le surgió un enorme deseo de poseer al ciervo dorado, por lo que su esposo, el rey, ofreció una recompensa a quien lo llevara al palacio. El hombre al que Ruru había salvado guio al rey y a sus cazadores al bosque; cuando el rey estaba a punto de disparar, Ruru le preguntó cómo lo había encontrado. Cuando le señaló al hombre como su guía, el venado respondió que era mejor levantar un pedazo de madera del agua que salvar a un hombre ingrato. El rey se enojó con el hombre, pero Ruru le pidió que lo perdonara. El ciervo fue invitado al palacio en donde enseñó el Dharma y cumplió el sueño de la reina.
Los ciervos aparecen en varios contextos dentro de danzas en Tibet. En una danza en particular se cuenta la historia de la vida de Milarepa, un gran sabio tibetano. Mientras Milarepa estaba en un retiro de meditación, un ciervo asustado se le acercó huyendo de un cazador. Milarepa le habló del Dharma y el ciervo se calmó, pero poco después el perro del cazador lo encontró. Milarepa le habló del Dharma al perro y éste también se calmó. Por último, el cazador llegó y, en su enojo por encontrar a su perro de caza pacificado, trató de disparar a Milarepa, pero falló. El sabio aprovechó la oportunidad de predicar el Dharma al cazador y éste también se transformó en un ser apacible al escuchar las enseñanzas. La danza tibetana asociada con esta leyenda representa el alivio, gratitud y alegría del ciervo y sirve como un cuento moral para fomentar la compasión hacia los seres sensibles en los corazones de la audiencia.
En otra danza tibetana de Año Nuevo se representa una leyenda de Padmasambhava, otro gran practicante del budismo en el Tíbet, que se dice domesticó a diferentes espíritus malignos y los convirtió en protectores del budismo. En esta historia, Padmasambhava se encontró con un espíritu hostil quien iba montado en un ciervo y perturbaba la mente de los budistas mientras meditaban. Padmasambhava domesticó al espíritu y lo obligó a convertirse en protector del budismo.
En el siguiente relato el Bodhisattva se encarna en Nigrodha, un ciervo símbolo de la pureza, la nobleza, la prudencia y la tranquilidad.
El Jātaka del ciervo Nigrodha (Nigrodhamiga-Jātaka)
Relato del Pasado
“Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Bārāṇasī, el Bodhisatta tomó una nueva existencia entre los ciervos. Cuando salió del vientre de su madre tenía un color dorado y sus ojos eran como dos esferas de cristal. Sus astas eran plateadas y su hocico del tono de la lana teñida de carmesí. Sus pezuñas parecían estar cubiertas con laca, su rabo era igual al de un yak y su cuerpo era del tamaño de un potro de gran altura. Acompañado de quinientos ciervos, hizo su morada en el bosque y lo nombraron Nigrodha, rey de los ciervos. No lejos de donde él estaba habitaba otro ciervo de nombre Sākha, que también tenía un acompañamiento de quinientos ciervos y era de color dorado.
Durante una época, el rey de Bārāṇasī se volvió muy aficionado a ir de cacería, pues nunca comía sus platillos sin una porción de carne. Para eso interrumpía las labores de la gente, convocaba a los habitantes del campo y la ciudad, y hacía que diariamente lo acompañaran de cacería. Entonces la gente reflexionó así: “Este rey nos hace interrumpir nuestras labores. ¿Por qué no sembramos forraje en el parque real y lo abastecemos de agua? Cuando muchos ciervos hayan entrado allí, atrancaremos las puertas y se los entregaremos al rey.” Entre todos plantaron hierbas dentro del parque real, lo abastecieron de agua y afianzaron las puertas. Entonces se equiparon con redes de caza y entraron en el bosque armados con mazos y otros objetos. Mientras buscaban a los ciervos, se les ocurrió rodearlos para poder atraparlos; por lo tanto, circundaron una zona de una yojana y, acortando el círculo cada vez más, cercaron en el centro la morada de las manadas de Nigrodha y Sākha.
Cuando vieron a los ciervos, comenzaron a golpear con los mazos en los árboles, los arbustos y sobre la tierra, y así fueron sacando a las manadas de la espesura. Entonces levantaron sus espadas, lanzas, arcos y otras armas, y produciendo un gran estruendo, hicieron que aquellos entraran en el parque real, tras lo cual atrancaron las puertas, se dirigieron a donde estaba el rey y le informaron: “Alteza, usted está arruinando nuestras labores al llevarnos constantemente de cacería. Por eso hemos sacado del bosque a los ciervos y hemos llenado con ellos su parque real. A partir de ahora puede comer de su carne.” Y tras decirle esto, se despidieron y partieron.
Después de escucharlos, el rey se dirigió al parque. Cuando estaba observando a los animales, vio a los dos ciervos de color dorado y les otorgó su protección. Desde ese día, a veces iba él mismo a flechar un ciervo y regresaba trayéndolo. Otras veces era el cocinero quien lo flechaba y lo traía. Cuando los animales veían el arco, huían aterrorizados por el miedo a la muerte, pero al recibir dos o tres flechazos languidecían y caían desmayados para luego morir.
La manada fue a informarle de esto al Bodhisatta, quien entonces mandó llamar a Sākha y le dijo: “Amigo mío, muchos ciervos están siendo asesinados. Puesto que inevitablemente morirán, será mejor que, a partir de ahora, no sean flechados, sino que por turnos pasen al bloque de ejecución. Un día tocará el turno a uno de mi acompañamiento y el siguiente, a uno del tuyo. Aquel a quien le toque irá, pondrá el cuello sobre el bloque y se echará. De esta forma, los otros ciervos no serán heridos.” El otro estuvo de acuerdo y asintió, por lo que, desde ese día, el ciervo al que le correspondía el turno se dirigía al bloque de ejecución, colocaba su cuello encima y se acostaba. Entonces se aproximaba el cocinero del rey y solamente se llevaba al que encontraba acostado allí.
En una ocasión le tocó el turno a una cierva preñada que formaba parte de la manada de Sākha. Se dirigió a él y le suplicó así: “Mi Señor, estoy encinta. Cuando haya parido a mi cría los dos tomaremos nuestro lugar. Permite que por ahora salte mi turno.” Pero él le respondió: “No puedo darle tu turno a otro; deberías aceptar que te tocó ahora, ¡vete ya!”.
Como no consiguió su ayuda, la cierva se acercó al Bodhisatta y le explicó el asunto. Tras escucharla, éste le dijo: “Parte ahora; dejaré que saltes tu turno.” Entonces él mismo fue, puso su cabeza sobre el bloque de ejecución y se tendió. Cuando el cocinero lo vio, reflexionó de esta forma: “El rey de los ciervos que recibió la protección del rey está acostado sobre el bloque de ejecución. ¿A qué se deberá esto?”. Y fue rápidamente a informarle al soberano.
El monarca subió inmediatamente a su carroza y llegó al sitio acompañado por una gran comitiva. Cuando vio al Bodhisatta, le preguntó: “Querido rey de los ciervos, ¿acaso no te otorgué mi protección?; ¿por qué estás tendido aquí?”. Aquel le respondió: “Majestad, una cierva preñada vino a pedirme que diera su turno a otro ciervo; sin embargo, no fui capaz de imponer a otro el sufrimiento que la idea de la muerte le producía a ella. Por lo tanto, ofrecí mi propia vida a cambio de la suya y acepté la muerte en su lugar. Es por eso que estoy tendido aquí. Majestad, no sospeche otro motivo.”
Entonces el soberano le dijo: “Mi Señor, áureo rey de los ciervos, nunca antes he visto, ni siquiera entre los seres humanos, a alguien que posea de esta manera las virtudes de la paciencia, la benevolencia y la compasión. Por esto me siento profundamente complacido contigo. ¡Levántate, les otorgo mi protección a ti y a la cierva!” Pero el Bodhisatta le replicó así: “Soberano de la gente, aunque nosotros dos consigamos tu protección, ¿qué pasará con el resto de la manada?”. “Mi Señor, al resto también le concederé mi protección.” “Majestad, si solamente los ciervos que están en el parque real obtienen tu protección, ¿qué pasará con los demás?”. “Mi Señor, a ellos también se las daré.” “Majestad, los ciervos recibirán tu protección, ¿pero qué sucederá con el resto de los cuadrúpedos?”. “Mi Señor, también la obtendrán.” “Majestad, los cuadrúpedos tendrán tu protección, ¿pero qué pasará con las bandadas de aves?”. “Mi Señor, también se las daré.” “Majestad, las aves recibirán tu protección, ¿pero qué sucederá con los peces de las aguas?”. “Mi Señor, también se las otorgaré.”
De esta forma, el Mahāsatta pidió al rey la protección para todos los seres, tras lo cual se levantó, lo estableció en la práctica de los Cinco Preceptos Éticos y con la gracia de un buddha le expuso el Dhamma de la siguiente manera: “Majestad, condúcete con rectitud; si actúas justa e imparcialmente con tu padre y madre, con tus hijos e hijas, con brahmanes y laicos, y con los habitantes del campo y la ciudad, entonces cuando experimentes la muerte y tu cuerpo se disgregue obtendrás un renacimiento afortunado en un Ámbito Celestial.” Por varios días permaneció en el parque e instruyó al rey, tras lo cual regresó al bosque en compañía de la manada de ciervos.
Tiempo después, la cierva parió a un hijo tan bello como el interior de una flor de loto, quien solía ir a jugar con el ciervo Sākha. Cuando su madre vio que iba con aquel, lo exhortó de esta manera: “Hijo mío, a partir de hoy no debes ir con él, sino solamente con Nigrodha.” Y para aconsejarlo le recitó este verso:
“Sólo a Nigrodha debes acudir,
Con Sākha no te asocies nunca más;
Mejor es con Nigrodha sucumbir,
Que permanecer vivo junto a Sākha.”
Desde aquellos días, los ciervos que habían recibido la protección real comenzaron a devorar las cosechas de la gente. Las personas sabían que aquellos estaban protegidos por el soberano, así que no se atrevían a golpearlos y ni siquiera a ahuyentarlos. Entonces se reunieron en la explanada frente al palacio y le informaron de este asunto al rey. Pero aquel les contestó: “Otorgué mi favor a Nigrodha, rey de los ciervos, porque quedé profundamente complacido con él. Antes que romper mi promesa preferiría renunciar a la soberanía. ¡Váyanse y que nadie en el reino lastime a los ciervos!”.
Cuando Nigrodha se enteró de este incidente reunió a la manada y exhortó a los ciervos de esta forma: “Desde hoy no deberán devorar las cosechas de la gente.” Y a la par mandó que informaran lo siguiente a las personas: “A partir de ahora los agricultores no deben construir vallas para proteger sus cultivos; en su lugar, deberán atar marcas hechas con hojas alrededor de sus campos de cultivo para señalar los límites.” Se dice que desde entonces aparecieron en los campos de cultivo las marcas hechas con atados de hojas y que ningún ciervo las traspasaba, pues ésta era una instrucción que habían recibido del Bodhisatta.
De esta forma, el Bodhisatta siguió aconsejando a la manada de ciervos durante todo el tiempo que duró su vida y junto con todos ellos partió hacia una nueva existencia condicionado por sus propias acciones. Por su parte, el rey siguió sus consejos y realizó acciones meritorias, hasta que él mismo partió hacia una nueva existencia condicionado por sus propias acciones”.
Extraído del libro Jātakas, antes del Buddha
Traducción directa del Pāli de Roberto E. García